¡EXPRESÁ LA (R)EVOLUCIÓN BITCOIN!

el viajante

ricardo alonso

Usted me pregunta por qué les propongo esto y yo estoy seguro de que no encontraré
palabras que lo conformen. Les pido disculpas nuevamente por hacerlos cargar este peso.
No era mi intención romper su tranquilidad, lo sé, ustedes no eligieron estar aquí y ahora, no
eligieron encontrarse conmigo y mucho menos acarrear con las consecuencias de tomar
una decisión. Respecto a mi historia, lo más probable es que si grito “Almirante Juan de las
Aguas”, este nombre no represente absolutamente nada para ninguno de los presentes.
Pero les puedo garantizar que mi pueblo de 123 habitantes es un pueblo de gente bella y
profunda, con grandes historias que merecen ser contadas. Una es ésta.
Perdonen mi tono, es que así hablamos en el sur, quede en claro que de ninguna manera
los juzgo por no conocernos. Se muy bien que el olvido nos pegó hace varias generaciones,
allá cuando el asfalto decidió esquivarnos, para pasar transformado en una larga línea recta
a kilómetro y medio del centro. Lo entendemos bien, hay que garantizar que esos autos
nuevos puedan circular a sus 110 km por hora. Creanme que no somos tan brutos: futuro,
civilización, tecnología, velocidad, todo muy necesario. Y buen, del otro lado nosotros: una
calle ancha de tierra con las ruinas de negocios que alguna vez fueron, por la mañana los
servicios de radio nacional y para el final de jornada el bar de doña Elvira y Mateo; Barbarie,
como me dijo alguno ya hace largo tiempo.

Mi pueblo es chico pero tiene casi todo lo necesario, almacén, bar, kiosco, tienda de ropas,
una salita de primeros auxilios con ambulancia propia y la estación de tren ¡Ah! Porque algo
no les había comentado, el tren no nos abandonó nunca. Ese sí fue respetuoso con
nosotros, seguramente porque correr las vías era demasiado costoso o simplemente porque
también él sabe lo que es caer en el olvido. Cuestión que tren tenemos y que pasa bien
cerquita, acariciando el pueblo. Los martes y jueves de buen tiempo podemos sacar las
sillas del bar para verlo frenar, saludar al maquinista y recibir a algún familiar o encomienda.
Pero ese jueves ningún conocido bajó del vagón de pasajeros, solo aquel extraño personaje
que en primera instancia me pareció hasta tenebroso. Ya sé lo que me van a decir -no hay
que prejuzgar a la gente, pero la luz anaranjada del farol interrumpida por ese amplio
sombrero proyectaba una sombra inquietante sobre el sujeto.
No había encomiendas que entregar ni recibir, así que el tren partió puntual y los presentes,
tras saludar, volvimos a entrar las sillas para acomodarnos en nuestras posiciones en el
interior del bar. Hacía frío, en unos minutos ya estábamos todos dentro. El extraño nos
acompañó sin emitir palabra alguna, como si conociera el camino. Se ubicó en una mesa de
la esquina llevándose varias miradas de reojo.
La discusión seguía igual que cuando habíamos salido del lugar. Incluso más acalorada que
antes, y eso me puso un tanto incómodo. No me gusta que peleemos entre nosotros y
mucho menos frente a desconocidos. Para ponerlos en contexto, como les decía mi pueblo
tiene casi todo pero no todo. Por esto estamos bastante organizados y no podría ser de otra
manera. No tenemos banco y el cajero más cercano se encuentra a más de cincuenta
kilómetros, eso hace que el efectivo escasee. Pero hace ya buen tiempo fuimos bastante
astutos para afrontar este problema.

Como todos nos conocemos y somos realmente pocos, para no depender tanto de los
billetes creamos una lista en la que vamos anotando quien compra y quien vende a quien
¿Estuvimos ocurrentes, no? En definitiva como dijo alguno: “todo queda en el pueblo”. Es
tan simple como juntarnos a fin de cada mes en el bar y controlar la lista entre todos, -¡Chau
al problema del dinero!- el almacenero, que es bueno con los números, hace sus sumas y
restas, y así sabemos quién le debe a quién. Para no armar embrollos y tener problemas de
los que nadie quiere tener, de entrada decidimos que una sola persona de confianza fuera
la única que tuviera acceso a la lista para escribirla. Lo más coherente fue dársela a Mateo,
que como les decía es el dueño del bar, y además dueño de la estación de servicios sobre
la ruta y que, por esto mismo, es el que más plata tiene de todos nosotros, el más confiable
¿Se entiende?
La cuestión es que el sistema es bueno pero no perfecto y hace un tiempo que la cosa
viene fallando un poco. Lo que pasa no está claro, sobre todo para el almacenero que cada
vez más seguido le hace planteos al custodio de la lista, diciendo que los números no dan
como deberían, cosa que no le da buena espina a ninguno de nosotros. Yo no soy tan
exigente con los números pero para esas alturas es verdad que empezaba a tener mis
dudas sobre nuestro sistema.

Todos los presentes estábamos en medio del griterío de esos dos, callados y expectantes,
repartiéndonos en silencio de uno y otro lado de esa grieta. El visitante se levantó y caminó
desde su esquina hacia los dos contrincantes que ya para entonces tironeaban del papel en
forma desmedida. Un silencio sepulcral se fue haciendo mientras pasaba hacia la mesa, los
murmullos se iban apagando a su paso, como si de un ángel se tratara. Cuando los otros
dos notaron por primera vez la presencia de aquel completo desconocido, este ya los
observaba parado junto a ellos. Quedaron congelados.
El hombre tomó con descaro pero con suavidad la lista y ambos personajes tan pasmados
estaban por el atropello que lo dejaron ser. Entonces sacó un extraño artefacto de su bolso,
desde lejos parecía un simple cuaderno pero cualquiera podría haber notado que algo
sobrenatural lo impregnaba. Tomó la lista, la metió dentro y lo que pasó fue de fábula. ¡El
papel se había duplicado! Repitió este proceso unas diez veces, las diez veces con el
mismo resultado. Luego incluso sacó otro artefacto igual al primero y también lo duplicó.
¡Había ahora 11 listas sobre la mesa y tres artefactos! Y como si esto fuera fácil de creer,
deberá confiar en mí respecto de lo que sigue. Tomó el lápiz del almacenero con el mismo
descaro con el que se venía manejando y escribió en la lista. Como dije, no me lo van a
creer pero lo escrito apareció de inmediato en las otras diez! Y como si todos fueramos tan
rápidos para entender lo que pasaba simplemente dijo:
-Problema resuelto- con una soberbia devastadora, como si su presencia en ese preciso
momento y lugar hubieran sido cosa del destino. Yo no soy muy rápido pero a medida que
aquel hombre repartía las otras diez copias entre los presentes pude vislumbrar la solución!
¡Ahora todos podíamos controlar lo que pasaba en la lista! Le estábamos sacando el peso y
la responsabilidad de encima al pobre Mateo, que tantos años había tenido que cargar con
aquello. Inmediatamente cuando alguien agregara algo a la lista, el resto podríamos
controlar desde nuestras casas lo que pasaba! ¡Ya no más discusiones ni mal entendidos!
Ese misterioso personaje (que ahora estuve seguro que era una especie de ángel) nos
estaba liberando de aquel mal que comenzaba a ensombrecer nuestro bello pueblo.
Todos entendieron, es verdad que a algunos les llevó un poco más de tiempo, pero en breve
el bar estaba de acuerdo y agradeciendo a aquel sujeto.
Todos menos los dos que peleaban en un principio ¿Podrán creerlo? Ahora eran mejores
amigos, por algún motivo esos dos estaban de acuerdo en que la gran solución no era
solución para nada, de que el viejo sistema de la lista única manejada por Mateo y
controlada por el almacenero seguía siendo lo mejor, que alguna trampa había detrás de
todo eso. -¿Quién es usted? ¿Cómo podemos confiar en un perfecto desconocido para algo
tan importante? ¿Quién le ha dado velo en este entierro?!- Decían. Puedo admitirles que
algo de razón debíamos darles, después de todo, no soy de creer en la magia o las cosas
que no entiendo y mucho menos cuando gente de fuera viene a “regalarla” ¡Aquello era
esotérico!

El hombre se mostró desinteresado a los agravios, estaba en otro plano, dijo -tomenlo o
dejenlo, a criterio de ustedes queda-, terminó de repartir las copias y volvió caminando con
tranquilidad hasta su vaso de ginebra.
Nos dejó discutiendo y las discusiones siguieron con fuerza, yo no entendía como aquellos
dos que hasta el momento se estaban sacando los ojos, ahora estaban tan de acuerdo,
paladines defendiendo su lista en contra de todas. Gracias a dios, a la larga todo se fué
calmando. Para cuando se hizo la hora de irnos ambos habían cedido, entendiendo que lo
mejor para todos era usar esta nueva herramienta que nos había caído del cielo. Juntamos
el material y lo dejamos en custodia del misterioso hombre, quien sin demasiado interés
accedió en darnos una charla al día siguiente para contarnos en profundidad cómo
utilizarlas correctamente.

Dejamos el bar más tarde que de costumbre, fui el último en irme, eran tan grandes las
ganas de hablar con ese personaje, que no pude levantarme de mi asiento. Contestó mil
preguntas pero a mi me quedaban mil más. No me animé a seguir importunandolo, me dije
que era suficiente por el momento y me conformé con pensar en que al día siguiente
podríamos continuar con nuestro interrogatorio.
Caminé a casa con cierto desgano, miraba de reojo la puerta del lugar, el hombre pasaría la
noche allí porque Elvira le había rentado el cuarto por unos pocos pesos. Seguro seguía
con su ginebra, apenas la había tocado. ¿Y si se iba por la noche? Me atormentó la idea
¿Si desaparecía tan misteriosamente como había llegado, llevándose consigo sus
artefactos mágicos? Quise volver por el solo hecho de asegurarme que seguía allí. Sin
pensar en nada caminé hasta el bar con una sensación incómoda en el cuerpo.
Al cruzar la puerta quedé congelado, poco podía esperar lo que estaba pasando. Desde el
suelo y en la penumbra, el hombre balbuceaba ahogado en sangre. Sobre él, Mateo lo
presionaba sin darse cuenta que yo había entrado al lugar. Eramos solo nosotros cuatro en
esa escena tétrica. A un costado el almacenero rompía torpemente las diez listas con una
desesperación descomunal. Noté el cuchillo en el pecho de la víctima y ellos notaron mi
presencia -¡Momento! ¡Esperá! ¡No es lo que pensás!- Mientras la sangre se le escapaba
del cuerpo escurriéndose por las maderas del piso, el hombre señaló hacia la mesa
desesperado. Los artefactos duplicadores todavía estaban intactos sobre ella. No lo pensé
ni un segundo, como si entre los dos nos hubiéramos entendido con esa sola seña, corrí,
tomé el bolso y dentro arrojé los artefactos. Empujé al almacenero que en vano hizo un par
de intentos para detenerme. Salí del lugar como un bala. Corría a mi casa pero antes de
llegar a la puerta entendí que ese lugar ya no era seguro para mí, no con ese bolso en mi
mano, no con lo que sabía. En una milésima caí a cuenta de todo lo que se había desatado
al tomar ese bolso, aquella acción me había impregnado de por vida.
Vagué varios días a la deriva por la estepa, ocultándome entre cardos y neneos, sintiendo
que alguno de esos dos aparecería en algún momento. Cuando pude tomé el primer tren sin
rumbo definido. Solo quería alejarme. Desde entonces no visito a mi amado pueblo, tantos
kilómetros he recorrido y tantos poblados he visitado que no sabría hacia donde dirigirme si
quisiera volver.

Y aquí me encuentra amigo: Yo, un completo desconocido, de un pueblo desconocido,
compartiendo una historia poco creíble a la cual no le falta magia, muerte, acción ni
misterios. Como le dije, no tenemos mucho tiempo, puede creerme o no, poco importa. Si
algo aprendí de aquel pobre sujeto que nunca pudo abandonar mi pueblo, es que si he de
hacer mi trabajo y vivir para contarlo, he de moverme rápido sin quedarme en ningún lugar
más de lo debido. Por eso lo apuro: Puedo dejarle dos copias del artefacto y ustedes
empezar a hacer el resto. Pueden liberarse de la lista de su pueblo o liberar a otros pueblos.
En el mío quizás no estábamos preparados para algo tán maravilloso, y todavía me
pregunto qué demonio se apoderó de aquellos dos respetables hombres que alguna vez
tuve en alta estima. Mi esperanza queda depositada en que para ustedes la cosa sea bien
distinta, más no puedo ni debo hacer. Yo cumplo con mi humilde parte, nadie los obliga a
hacer algo que no quieran, solo puedo decirles que hay una revolución y está en marcha,
que quieran o no ya empezó, de ustedes dependerá estar dentro o fuera de ella. Yo fui
responsable de tomar ese bolso que selló mi destino, ustedes son responsables del suyo.
Debo seguir viajando a otros pueblos, así que vuelvo a decirle -tómelo o déjelo sabiendo
que cualquier decisión que tome será un antes y un después en su vida. Volver no volveré,
nunca piso un lugar dos veces. Decida, pero decida pronto que el tren está partiendo y debo
tomarlo.-

PARTNERS

Organiza

Apoyan

Premio B·Arte 2023 (r)evolución