¡EXPRESÁ LA (R)EVOLUCIÓN BITCOIN!

DETRAS DEL COLECTIVO

Pablo Hildebrandt

Llegando a casa, después de un día larguísimo de laburo. El peugeot 205 huele a diesel y está helado. Estoy en estado zombie y mi mirada se detiene en la publicidad del vidrio trasero del colectivo. Un cartel que parece de numismática, una moneda dorada con una B gigante…algo sobre criptomonedas…qué carajo será eso? Algo de coleccionistas, me digo.
El bondi arranca y dobla por Avenida Entre Ríos. El Garrahan queda atrás y mientras busco lugar para estacionar sobre la calle Brasil me acuerdo de mi infancia, de ese hermoso colegio al estilo Hogwarts y de cómo un ángel caído ahora vive en el barrio de Constitución.

Últimamente sospecho que ya toqué fondo, que algo debo haber venido a aprender en esta vida. Mi socia en la escuela de música me regaló un libro sobre la magia. Pero en realidad es un libro de un psicoanalista que básicamente dice que para conseguir lo imposible hay que cambiar de mito, de paradigma. Qué carajo! ¿Cómo mierda voy a lograr comprar una casa para vivir con mi familia?. No hay manera que logre juntar 50 mil dólares y venda este depto de 27 metros cuadrados que tengo en esta cuadra. Puedo decir que aprendí a querer el barrio, a pesar de tanto fisura tirado en la vereda y tanta zona roja. Pero no es el lugar donde quiero vivir.

Esa noche soñé denso, espeso y terminé con la mandíbula apretada, sudoroso y con algo de taquicardia. Recordé mi trabajo en la imprenta, cuando Gastón -mi supuesto amigo- me llevó a laburar, luego de que papá muriera. ¡Siempre tuve que ser un fucking soñador! Los Abate -los dueños de la imprenta- hicieron fortuna vendiendo los famosos rollos de boletos de colectivo, y empezaron a diseñar una máquina para expender boletos aceptando billetes…qué idiota que fui, cuando me pidieron que invierta…puse toda la guita de la herencia, quise salvar el futuro de mi hermano y mío y la cagué…¡quién me mandó a creer en una idea tan imbécil! Odié mi luna en piscis, y mi medio cielo en acuario, odié mis lecturas de Ray Bradbury y mis épocas de ciencia ficción futurista.

El sábado caminé y caminé sin parar durante horas. Casi me sentía en un estado de ebriedad, mi mente quedó rebotando entre mis invocaciones: quiero una casa para poder vivir con mis dos hijas y mi compañera, quiero gozar de excelente salud…y de golpe mis recuerdos me cruzaban al lado oscuro, a mi viejo internado dos meses en el hospital, mi vieja saltando a las vías del Roca, los putos boletos del colectivo que nunca se iban a expender solos y la herencia evaporada… Llegué caminando a Florida y Diagonal Norte… y ahí comprendí que, como sonámbulo había caminado hasta esa puerta del Bank of Boston que alguna vez estuvo ahí y se me vino el corralito encima. ¿Cómo es que todo esto me vino a pasar a mí?

De golpe empecé a reírme, recordando cuando nos juntamos de emergencia con mi hermano a charlar sobre cómo podíamos hacer para salvar el poco dinero de los viejos que nos quedaba en la cuenta. -Parece que si comprás algo y lo justificas como inversión para trabajar, te dejan sacar la guita. La pesificación de los pesos, tanto laburo del viejo… Fue doloroso.

Mi hermano se compró un bandoneón y yo compré un equipo de sonido, micrófonos, cables, equipamiento.. Fue como entregarme a creer en lo que nos salvó la vida en esos tiempos difíciles. La música y los amigos.

En ese ir y venir de ideas me vino a la mente el colectivo y el cartel sobre el “Auge de las criptomonedas”. Me senté en un bar, pedí un café y busqué con el celu de qué iba lo de las criptomonedas. Vi un par de videos, regados con café, y luego otros tres, y más café, y algo me empezó a llamar la atención. Algo que me resonaba como del pasado.
Estos youtubers me hicieron recordar mi adolescencia, de cuando le hice un programa de facturación al viejo, con el Basic de la Commodore 64. ¡Cómo me gustaba programar!
Mencionaban el Bitcoin y me fascinó toda la matemática que había ahí. Recordé mi primer trabajo, cuando, junto a un amigo del secundario nos íbamos hasta la casa de la profe de Física y le dábamos clases de computación. Olfateé algo distinto en este hallazgo.
Pero tenía miedo.

A la mañana siguiente, volví a leer el libro “Casualizar” de José Luis Parise, y empecé a sentir que esta casualidad del Bitcoin llegaba en el momento justo. Prendido fuego con las ideas que le escuché a un tipo llamado Andreas Antonopoulos. Encontré que tenía un libro editado y que me lo podía traer desde Chile. A pesar de que estábamos ahorrando a más no poder, decidí comprarme un ejemplar. Unas semanas después empecé a leerlo y recuerdo que el efecto fue como leer a Eduardo Galeano y las venas abiertas de Latinoamérica. Tenía que parar a cada rato para respirar hondo porque la lectura me aceleraba, me incendiaba, me hacía reír, más y más.

La flaca -mi compañera- siempre me apoyó en todo, y cuando le expliqué que quería poner todos los ahorros en bitcoin, me hizo sentar para que hablara más despacio. Me acuerdo cuando saqué una foto en La Boca que decía no compre dólares, financie a un artista. Esa tarde fui todo lo claro, lo verborrágico, lo convincente que pude ser. Todo el arte, toda la música, toda la esperanza que había perdido resonaron dentro mío, y esa noche no pude dormir. Íbamos a comprar bitcoin, íbamos a saltar al vacío, a lo desconocido, con la certeza
de quien no puede seguir marchando por el mismo camino que no lo lleva al resultado que desea. Casi un salto de fe.

Creo que tardamos toda una mañana en guardar las palabras semillas, esconderlas, volver a copiarlas, el miedo a copiar algo mal, a que los bitcoin nunca lleguen. El pibe de la casa de cambio que me conoce hace años me dijo, pibe: qué haces vendiendo los dólares? No quise embarrarme explicándole. Era febrero de 2017, y siempre fue duro el verano para los profes de música, estaba justificado. -Necesito venderlos- le dije. La piba del banco también se sorprendió cuando le dije que quería cerrar la caja de ahorro en dólares!

Noviembre 2017.
Fue un año muy distinto. Muchas noches mirando el celular hasta tarde. Muchos sueños despiertos. Muchas ganas de tantas cosas…tanta gente nueva, tantas ideas nuevas, parece que la casa que soñamos va a hacerse realidad.

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